Se acerca la hora de la verdad: el fin de curso. Muchos son los llamados y pocos los elegidos (me encantan las citas bíblicas). Nosotros, los malos, los profes, hacemos balance del curso, tanto a nivel oficial como a nivel privado. Los alumnos que hayan suspendido probablemente nos echarán a nosotros la culpa de la catástrofe. Es entonces cuando recuerdo más que nunca mi época "al otro lado de la tarima" y los profesores que me dieron clase. Los tuve muy buenos, sí, pero también los tuve malos de solemnidad, por varias causas. Y he de decir que no suspendía las asignaturas de los profesores "malos" necesariamente, más bien suspendía las de los "buenos".
Una de mis pesadillas recurrentes era la profesora de Lengua y Literatura del Bachillerato. Nos aborrecíamos cordialmente. He de decir que es la culpable de que hoy en día yo sea profesora y filóloga. Explicaba de maravilla, pero era una auténtica bruja, de las que se creen que su asignatura es la única o la más importante del curso. Cuanto más cerca estaba junio, más deberes nos ponía, aún sabiendo que estábamos hasta arriba de exámenes de otras asignaturas que no eran la suya. Otro tanto pasaba con la que daba Historia en COU. Sólo le interesaban dos cosas: la Historia y la nota que podías sacar en su asignatura en la Selectividad. Nos hacía chapar como chinos y corregía como le daba la real gana. El examen era un texto sacado de cualquier sitio al que había que hacer una autopsia completa, relacionando el III Reich con la Revolución Francesa, la Segunda Guerra Mundial con la unificación alemana del siglo anterior y cosas así. Para aprobar había que pedir prestadas las neuronas a media clase. De ella aprendí a razonar y a relacionar, a extraer causas y consecuencias, a entender que todo en esta vida tiene una causa histórica detrás. La Historia es la gran ciencia del ser humano.
¿Qué decir de mi querida profe de Matemáticas? Un hueso. Te sacaba al encerado a hacer los problemas, te ponía nota y pegaba unos chillidos que te caía la tiza al suelo del susto si ponías mal un signo. Suspendí mucho y aprendí mucho, pero se me olvidó todo. No fue capaz de captarme por la sencilla razón de que nunca me dijo para qué diantre servían las matemáticas, no me refiero a las operaciones básicas que te permiten llegar a fin de mes, sino a todos esos enrevesados términos que trato de olvidar porque todavía me traumatizan: función, logaritmo, inecuación, número e, límite cuando nosequé tiende a infinito, integral...
El buen profesor está hecho de una parte de conocimientos, otra de capacidad de transmisión y otra de mano izquierda. Partamos de la base de que es imposible gustar a todo el mundo, máxime cuando en tu mano está aprobar o suspender. Un profesor puede saber mucho pero no saber transmitirlo, lo cual es una verdadera pena. O no conectar con los alumnos, que se vuelven incapaces de apreciar la riqueza que se les está ofreciendo. Un buen profesor no es el que da aprobado general y deja a todo el mundo contento, porque tarde o temprano las lagunas que ha dejado su actuación saldrán a la luz. Es curioso... siempre me acuerdo con cariño de los huesos que me hicieron sacar hasta la médula de los míos estudiando y prefiero olvidar a aquellos que cubrían sus carencias aprobando a mucha gente, pues sólo retrasaron lo inevitable y al final tuve que estudiar por mi cuenta lo que ellos no me enseñaron. Un profe malo no hace un alumno bueno, pero un profe exigente, a menudo, forma un alumno excelente. Ese es el motivo por el que yo soy un hueso. A menudo oigo quejas sobre mi labor docente, quejas que formulan los alumnos a sus tutores o a sus padres. Yo, a lo gallego, siempre contesto con una pregunta: ¿pero se quejan de que no me entienden? "No, para nada", suelen contestar. Entonces me quedo tranquila. Mi parte del trabajo ya está hecha. La mano izquierda nunca ha sido mi especialidad. ¿Será porque soy zurda?