No puedo dejar pasar este fin de curso sin hablar de uno de los grandísimos fallos de nuestro ¿perfecto? sistema educativo: la titulación de la ESO. Por si ustedes no lo saben, yo se lo explico: cualquiera que tenga dos asignaturas suspensas, sean éstas cuales sean, lleva título. Es decir, finaliza una etapa educativa OBLIGATORIA sin tener todas las asignaturas aprobadas. Ni que decir tiene que, dado el peso, dificultad e instrumentalización de las mismas, en gran medida estas materias suelen ser Lengua y Matemáticas. Una abre las puertas a todo y otra las abre al mundo científico: imposible entender como debe ser la Física o la Química sin una buena base matemática. ¿Ustedes lo entienden? Yo menos.
Lo peor del asunto ya no es eso, de por sí sangrante. Jamás en nuestros diferentes sistemas educativos se permitió pasar de etapa sin tener todo aprobado. Lo más espantoso es constatar que el alumnado, informado de este hecho, ya ha hecho sus sumas y restas (para eso SÍ saben matemáticas) para titular con dos suspensas en septiembre. Conversación captada al vuelo en un pasillo esta semana:
-¿Te quedan muchas?
-Cuatro, pero da igual, sólo prepararé dos, las más fáciles, porque titulo con las otras dos cargadas.
-Ah, yo pienso hacer lo mismo.
Qué estupendo plan para el futuro de nuestros estudiantes, señores del Ministerio de Educación: mandar al Bachillerato a un alumnado absolutamente cojo de herramientas básicas para que sigan cojeando unos cuantos años más. Normalmente el alumno se estrella el primer año, pero da lo mismo. Acaba recalando en una FP porque alguien le ha inculcado la estúpida idea de que es más fácil y no hay que estudiar apenas. El pobrecillo y traumatizado alumno se da cuenta que de eso nada, monada. Que no hay manera de zafar, que hay que estudiar lo mismo o incluso más... que para saber hacer tintes en un ciclo de peluquería, fíjate, hay que saber Química y Matemáticas, por ejemplo. El traumatizado acaba volviéndose a su casa a contarles a sus colegas por el tuenti lo injusto que es el mundo, que para ser alguien en la vida hay que estudiar, eso en el mejor de los casos; en el peor, el individuo pasa unos cuantos años brujuleándose como puede, lloriqueando por los despachos, pidiendo aprobar con cuatros y pico y, como el sistema es PERMISIVO, recala en una carrera universitaria hinchado como un pavo real y dispuesto a comerse el mundo, aunque sea con faltas de ortografía. Se tira cuarenta años para terminarla, que no es bueno estresarse, se va de Erasmus y, con un poco de suerte, consigue algún trabajo por enchufe. Y sin faltar ni un solo fin de semana al botellón, oiga, que está mal visto poner exámenes los lunes.
Lo sigo diciendo: la vida es dura, y retrasar el momento de que el adolescente lo sepa, no hace más que agravar el tema. Todos los que tenemos cuarenta y más pasamos por el sistema de la promoción con todo aprobado. Y aquí estamos. Sin traumas. A lo mejor los que sí están traumatizados son los que hacen las leyes educativas.